Os comparto algunos apartes de la meditación de este Jueves Santo, vivido en el marco inmejorable del sexto día del los Ejercicios Espirituales de San Ignacio que hago en el Puerto de Santa María (Cádiz) – Javier Castillo, sj – Director del Centro Loyola de Canarias
El día de hoy, además de conmemorar la Institución de la Eucaristía, los católicos solemos orar por los cientos de hombres que, sin mérito alguno, Jesús ha querido llamar al sacerdocio y asociarlos, de un modo particular, a la misión de acompañar, defender y servir a la comunidad.
Doy gracias por ser uno de esos hombres llamados por el Señor. No sé porque se fijó en mí pero lo hizo y, aunque indigno de tal elección, renuevo mi entrega y, como le escuché hace muchos años a Monseñor Emilio de Brigard en mi Bogotá natal, “si volviera a nacer, volvería a ser sacerdote”.
Quiero renovar mi entrega sacerdotal para ser testigo de un amor que se arrodilla para lavar los pies de la humanidad y para servir sin descanso a todas y todos sin distinción de raza, lengua, color o religión.
Quiero renovar mi entrega sacerdotal haciendo mía la imagen de Jesús lavando los pies a los Apóstoles. Siento y entiendo que la postura existencial de los amigos de Jesús es la de agacharse, la de abajarse…, para estar en medio de la comunidad como los que sirven. Al Señor le pido que todos los días sean Jueves Santo para estar entre mis hermanos como el que sirve… lavándoles los pies y no esperando a ser servido. Y, a vosotros, os pido que si no lo hago, con ternura pero con firmeza, me recordéis la vocación a la que he sido llamado. Como dice el Papa Francisco, no se trata de hacer carrera sino de servir, “el verdadero poder es el servicio”.
Quiero renovar mi entrega sacerdotal para levantar mi voz gritando con convicción que el amor, la entrega desinteresada a los últimos, el compromiso con la justicia y el servicio son caminos ciertos y válidos para reconstruir la historia quebrada de la humanidad. También para levantar sin miedo mi voz y denunciar todos los atropellos contra la dignidad humana, contra el proyecto de vida que Dios tiene para todas y todos. No hay seres humanos de segunda, para Dios todos somos de primera porque somos sus hijos. Son hijos los refugiados de Siria, Irak, Afganistán, México, Colombia, El Congo, etc…. ¿Por qué los dejamos fuera de nuestras casas? ¿Por qué les cerramos las fronteras y los expulsamos como si fueran seres de segunda? Y como ellos, hay tantos hijos e hijas a quienes se les sigue secuestrando su dignidad.
Quiero renovar mi entrega sacerdotal para tomar mi vida, dar gracias a Dios por ella y ponerla en sus manos para que, como pan partido, la entregue como ofrenda a Dios y a mis hermanos. Vivir o por lo menos tratar de vivir eucarísticamente.
¡Vivir muriendo… Morir amando… amar sirviendo!
Deja una respuesta