Obra de la Compañía de Jesús en España para propiciar el diálogo Fe-Cultura-Justicia.
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Dice un verso de Teresa de Jesús: “la paciencia todo lo alcanza, sólo Dios basta”. Y yo quiero creer que es así, sobre todo, cuando hemos puesto la total confianza en el Señor, esperando la Providencia de su Misericordia.
No toda siembra se hace con Amor y sacrificio, buscando únicamente, los frutos buenos que beneficien a todos-as por igual, con verdadera equidad. De aquí se deduce la pregunta: ¿sembrar qué y para qué?
Comprobamos con decepción, más de una vez, que el esfuerzo y trabajo tenaz han sido baldíos y sin los frutos esperados. Esa es nuestra percepción, sin duda reducida, a nuestras certezas y razones, hasta descubrir, esos “renglones torcidos”, con que el Señor, va dando las respuestas a nuestra vida.
El relato del Evangelio, nos sitúa en la disyuntiva de tener que optar, por perseverar en el empeño o dejar el afán por estéril y sin fruto alguno. La experiencia nos dice, como los tiempos de Dios, no tienen por qué estar en consonancia con nuestras expectativas y deseos; es así que, su Providencia, nos va señalando caminos, donde hallar la respuesta oportuna.
De ahí que, la perseverante paciencia, unida a la confianza, de quien pone su vida, todo su hacer, en manos de la voluntad de Dios, es virtud provechosa y fecunda. Se cumplen así, las Palabras del Señor que dicen: “Sin mí, no podéis hacer nada”.
Cuántas veces, hemos pedido con insistencia algo bueno, que considerábamos de esencial importancia para nuestra vida, sin obtener respuesta alguna. ¿Qué ha pasado, cuando el silencio de Dios se muestra incomprensible? Es nuestro lamento íntimo, el para qué de nuestros cansancios, nuestras desolaciones y desesperanzas ante los acontecimientos.
¿De verdad debemos desistir? Creo que los límites humanos es preciso respetar, dejar a Dios que tenga su última palabra y no dar a nadie ni a nada por perdido. Nos lo recuerda el P. Francisco, haciendo hincapié en aquéllo que dice: cuando todas las posibilidades humanas parecen haber fracacasado, comienza el Amor de Dios a manifestar, su Providencia, haciéndose visibles, los frutos buenos en nuestra vida.
Más, sería ingenuo pensar que Dios es una “hada” y va tocando cuanto acontece, con la “varita mágica”, de tal modo, que el resultado final, sea favorable a nuestra expectativa y deseos. Hay que atreverse a “soñar despiertos”, aprender a esperar que, el milagro de la fe, “mueva montañas”, allanando cuanto es abrupto, escabroso y, a veces, incomprensible, en ese FIAT confiado, de quien dispone su vida a la voluntad de Dios.
¿Que acontece la adversidad, así, de pronto, y de manera impredecible e impensable? No seamos agoreros y futurólogos del acontecer humano, tal vez, pensando es la consecuencia de un obrar perverso. No está el Amor de Dios, esperando ver nuestra derrota y caída, a causa de nuestro pecado. Si nuestra fragilidad trae consecuencias, la inagotable Misericordia de Dios, sabe esperar sin límites.
Jesús nos advierte, a no jugar con la paciencia de Dios, ni a convertir su Misericordia en un buenísmo temerario. Con cierta frivolidad solemos olvidar, que Dios es justo con todos, pondrá a cada quien con justa equidad, en “su sitio”, sin que haya nadie que recoja, los frutos de cuanto no ha sembrado. Comprender la condición humana, no desde las comparaciones que pueden hacer creer, somos clasificados en malos y buenos. Nadie hay tan perverso que no pueda alcanzar el perdón, ni tan justo que no esté libre de error y pecado. Aprendamos la lección, sin duda, provechosa para nuestra vida, poniendo nuestra fe en cada acontecer, ahí donde Dios aguarda la respuesta. Y no quememos los sueños de los otros, que esperan la benévola Misericordia del Padre.
Lo que nunca debemos hacer, es caer en la desidia, pasividad derrotista, que conduce a dejar sin frutos, la acción del Espíritu en nuestra vida. ¡Vuelta a podar las ramas, dejar que entre savia nueva en las raíces, remover y arar la buena tierra e injertar y sembrar las semillas! Del fruto fecundo, se encargará el Amor del Padre, sin que dejemos que nos pueda la impaciencia.
Los proyectos sin Amor ni entrega, basados únicamente en el interés y provecho propio, terminan siendo estériles y sin frutos, impidiendo la justa equidad para todas-os. El fruto que no se comparte, se seca y deja sin provecho la hermosa Viña del Señor.
20 marzo, 2019 at 5:05 pm
LA FECUNDIDAD DEL AMOR.
Dice un verso de Teresa de Jesús: “la paciencia todo lo alcanza, sólo Dios basta”. Y yo quiero creer que es así, sobre todo, cuando hemos puesto la total confianza en el Señor, esperando la Providencia de su Misericordia.
No toda siembra se hace con Amor y sacrificio, buscando únicamente, los frutos buenos que beneficien a todos-as por igual, con verdadera equidad. De aquí se deduce la pregunta: ¿sembrar qué y para qué?
Comprobamos con decepción, más de una vez, que el esfuerzo y trabajo tenaz han sido baldíos y sin los frutos esperados. Esa es nuestra percepción, sin duda reducida, a nuestras certezas y razones, hasta descubrir, esos “renglones torcidos”, con que el Señor, va dando las respuestas a nuestra vida.
El relato del Evangelio, nos sitúa en la disyuntiva de tener que optar, por perseverar en el empeño o dejar el afán por estéril y sin fruto alguno. La experiencia nos dice, como los tiempos de Dios, no tienen por qué estar en consonancia con nuestras expectativas y deseos; es así que, su Providencia, nos va señalando caminos, donde hallar la respuesta oportuna.
De ahí que, la perseverante paciencia, unida a la confianza, de quien pone su vida, todo su hacer, en manos de la voluntad de Dios, es virtud provechosa y fecunda. Se cumplen así, las Palabras del Señor que dicen: “Sin mí, no podéis hacer nada”.
Cuántas veces, hemos pedido con insistencia algo bueno, que considerábamos de esencial importancia para nuestra vida, sin obtener respuesta alguna. ¿Qué ha pasado, cuando el silencio de Dios se muestra incomprensible? Es nuestro lamento íntimo, el para qué de nuestros cansancios, nuestras desolaciones y desesperanzas ante los acontecimientos.
¿De verdad debemos desistir? Creo que los límites humanos es preciso respetar, dejar a Dios que tenga su última palabra y no dar a nadie ni a nada por perdido. Nos lo recuerda el P. Francisco, haciendo hincapié en aquéllo que dice: cuando todas las posibilidades humanas parecen haber fracacasado, comienza el Amor de Dios a manifestar, su Providencia, haciéndose visibles, los frutos buenos en nuestra vida.
Más, sería ingenuo pensar que Dios es una “hada” y va tocando cuanto acontece, con la “varita mágica”, de tal modo, que el resultado final, sea favorable a nuestra expectativa y deseos. Hay que atreverse a “soñar despiertos”, aprender a esperar que, el milagro de la fe, “mueva montañas”, allanando cuanto es abrupto, escabroso y, a veces, incomprensible, en ese FIAT confiado, de quien dispone su vida a la voluntad de Dios.
¿Que acontece la adversidad, así, de pronto, y de manera impredecible e impensable? No seamos agoreros y futurólogos del acontecer humano, tal vez, pensando es la consecuencia de un obrar perverso. No está el Amor de Dios, esperando ver nuestra derrota y caída, a causa de nuestro pecado. Si nuestra fragilidad trae consecuencias, la inagotable Misericordia de Dios, sabe esperar sin límites.
Jesús nos advierte, a no jugar con la paciencia de Dios, ni a convertir su Misericordia en un buenísmo temerario. Con cierta frivolidad solemos olvidar, que Dios es justo con todos, pondrá a cada quien con justa equidad, en “su sitio”, sin que haya nadie que recoja, los frutos de cuanto no ha sembrado. Comprender la condición humana, no desde las comparaciones que pueden hacer creer, somos clasificados en malos y buenos. Nadie hay tan perverso que no pueda alcanzar el perdón, ni tan justo que no esté libre de error y pecado. Aprendamos la lección, sin duda, provechosa para nuestra vida, poniendo nuestra fe en cada acontecer, ahí donde Dios aguarda la respuesta. Y no quememos los sueños de los otros, que esperan la benévola Misericordia del Padre.
Lo que nunca debemos hacer, es caer en la desidia, pasividad derrotista, que conduce a dejar sin frutos, la acción del Espíritu en nuestra vida. ¡Vuelta a podar las ramas, dejar que entre savia nueva en las raíces, remover y arar la buena tierra e injertar y sembrar las semillas! Del fruto fecundo, se encargará el Amor del Padre, sin que dejemos que nos pueda la impaciencia.
Los proyectos sin Amor ni entrega, basados únicamente en el interés y provecho propio, terminan siendo estériles y sin frutos, impidiendo la justa equidad para todas-os. El fruto que no se comparte, se seca y deja sin provecho la hermosa Viña del Señor.
Miren Josune.
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