Obra de la Compañía de Jesús en España para propiciar el diálogo Fe-Cultura-Justicia.
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Nuestra mirada quiere contemplar, la escena estremecedora que nos relata el Evangelio. La conocemos: una mujer, es conducida de forma violenta, hasta donde está Jesús; la zarandean, empujándola y tirándola allí mismo al suelo, y lanzando con ira una pregunta a Jesús: ¡Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio!. Moisés mandó fueran apedreadas, ¿tú qué dices?
Jesús sabía bien, que el adulterio cometido era pecado y transgredía la Ley de Dios. Y también que, en el nombre de Dios, se llevaban a cabo al igual que ahora, atrocidades sin número, donde la dignidad humana ha quedado ultrajada y masacrada, cuando no, víctima de la infamia de un juicio inmisericordie.
Jesús, honesto e insobornable, no quiso ni debía admitir, la condena a muerte “lapidada” de aquella mujer, por quienes la acusaban, decididos a descargar las piedras sobre ella. Tensa la escena, en la cual, el Amor se debe enfrentar, a la presión de la ley, la cínica hipocresía del fariseísmo de turno, bajo el rigor implacable y frio de la condena. Jesús, mantiene su firmeza, mientras escribe en el suelo, su propia “sentencia”, deteniendo la acción con justa y digna determinación: ¡Quien esté libre de pecado, tire la primera piedra!. Y las piedras, una a una fueron “perdiendo”, dejando estériles el pecado y la dureza de aquellos corazones.
-Mujer, todos se han ido, ¿ninguno te ha condenado?
Sin levantar los párpados del suelo, con la voz entrecortada y trémula, temblando sobrecogida, atenazada por el miedo y suplicando con ojos inundados por las lagrimas, aquella mujer exclama: ¡NINGUNO SEÑOR! Jesús pronuncia su humana sentencia: ¡Tampoco yo te condeno! Ve, y en adelante, NO PEQUES MÁS. Si, no sería honesto ignorar y tratar de separar, la justa y digna Misericordia de Jesús, de la obediente fidelidad a la voluntad del Padre, la que nos dice también hoy a nosotros-as: “no desearás la mujer ni el hombre de tu prójimo”.
El Amor de Jesús, no nos condena; frente a nuestra condición humana, vulnerable a la fragilidad y pecado, nos otorga poder alcanzar, el digno “Estado de Gracia”, sentir el Amor y la Misericordia del perdón, y poder recuperar la dignidad perdida o arrebatada.
Cierto es que, el pecado ajeno, nos produce una mezcla de turbación y asombro, cuando no, la tristeza por quien menos hubiéramos pensado. Sorprende la fragilidad humana, siendo proclives a inclinar el juicio y condenar las supuestas flaquezas de los otros, tratando de ignorar que: donde abunda la fragilidad del pecado, sobrepasa generosamente, el perdón y la Gracia del Amor.
El obrar de Jesús, estuvo siempre impregnado, de entrañas de Amor, de Misericordia compasiva frente a la fragilidad humana. Su interés era que llegásemos a comprender, las posibilidades de transformación, el cambio mediante la conversión del corazón, que todo ser humano está llamado a realizar, sintiendo dentro de sí, esa dulzura y ternura de Dios, que envuelve y acoge nuestra vida con Amor. Es así, como también la mirada hacia el otro, comprende y se vuelve humana.
Más, ¡cuidado!, no hacer del Perdón y Conversión, la “rampa” para lograr mi conveniencia y fines, pensando que Dios “no se entera”. ¡No peques más!, -nos dice Jesús- descarta de tí, toda actitud insana de pecado, la que impide vivir reconciliados-as, sentir la acogida fraterna, la Gracia y perdón del AMOR.
¡Yo estoy dispuesta a firmar, en nombre de Jesús, el pacto más sincero del PERDÓN!
3 abril, 2019 at 2:26 pm
SOBRAN CORAZONES DE PIEDRA.
Nuestra mirada quiere contemplar, la escena estremecedora que nos relata el Evangelio. La conocemos: una mujer, es conducida de forma violenta, hasta donde está Jesús; la zarandean, empujándola y tirándola allí mismo al suelo, y lanzando con ira una pregunta a Jesús: ¡Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio!. Moisés mandó fueran apedreadas, ¿tú qué dices?
Jesús sabía bien, que el adulterio cometido era pecado y transgredía la Ley de Dios. Y también que, en el nombre de Dios, se llevaban a cabo al igual que ahora, atrocidades sin número, donde la dignidad humana ha quedado ultrajada y masacrada, cuando no, víctima de la infamia de un juicio inmisericordie.
Jesús, honesto e insobornable, no quiso ni debía admitir, la condena a muerte “lapidada” de aquella mujer, por quienes la acusaban, decididos a descargar las piedras sobre ella. Tensa la escena, en la cual, el Amor se debe enfrentar, a la presión de la ley, la cínica hipocresía del fariseísmo de turno, bajo el rigor implacable y frio de la condena. Jesús, mantiene su firmeza, mientras escribe en el suelo, su propia “sentencia”, deteniendo la acción con justa y digna determinación: ¡Quien esté libre de pecado, tire la primera piedra!. Y las piedras, una a una fueron “perdiendo”, dejando estériles el pecado y la dureza de aquellos corazones.
-Mujer, todos se han ido, ¿ninguno te ha condenado?
Sin levantar los párpados del suelo, con la voz entrecortada y trémula, temblando sobrecogida, atenazada por el miedo y suplicando con ojos inundados por las lagrimas, aquella mujer exclama: ¡NINGUNO SEÑOR! Jesús pronuncia su humana sentencia: ¡Tampoco yo te condeno! Ve, y en adelante, NO PEQUES MÁS. Si, no sería honesto ignorar y tratar de separar, la justa y digna Misericordia de Jesús, de la obediente fidelidad a la voluntad del Padre, la que nos dice también hoy a nosotros-as: “no desearás la mujer ni el hombre de tu prójimo”.
El Amor de Jesús, no nos condena; frente a nuestra condición humana, vulnerable a la fragilidad y pecado, nos otorga poder alcanzar, el digno “Estado de Gracia”, sentir el Amor y la Misericordia del perdón, y poder recuperar la dignidad perdida o arrebatada.
Cierto es que, el pecado ajeno, nos produce una mezcla de turbación y asombro, cuando no, la tristeza por quien menos hubiéramos pensado. Sorprende la fragilidad humana, siendo proclives a inclinar el juicio y condenar las supuestas flaquezas de los otros, tratando de ignorar que: donde abunda la fragilidad del pecado, sobrepasa generosamente, el perdón y la Gracia del Amor.
El obrar de Jesús, estuvo siempre impregnado, de entrañas de Amor, de Misericordia compasiva frente a la fragilidad humana. Su interés era que llegásemos a comprender, las posibilidades de transformación, el cambio mediante la conversión del corazón, que todo ser humano está llamado a realizar, sintiendo dentro de sí, esa dulzura y ternura de Dios, que envuelve y acoge nuestra vida con Amor. Es así, como también la mirada hacia el otro, comprende y se vuelve humana.
Más, ¡cuidado!, no hacer del Perdón y Conversión, la “rampa” para lograr mi conveniencia y fines, pensando que Dios “no se entera”. ¡No peques más!, -nos dice Jesús- descarta de tí, toda actitud insana de pecado, la que impide vivir reconciliados-as, sentir la acogida fraterna, la Gracia y perdón del AMOR.
¡Yo estoy dispuesta a firmar, en nombre de Jesús, el pacto más sincero del PERDÓN!
Miren Josune.
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