Obra de la Compañía de Jesús en España para propiciar el diálogo Fe-Cultura-Justicia.
Somos parte de una red conformada por más de 20 Centros en toda España.
Me detengo a meditar en este Domingo 2° de Pascua, en esas manos tendidas que reflejan las heridas de Jesús. Son manos abiertas, sin engaño oculto que puedan estár vacías de Amor.
¡Paz a vosotros!
¿Dónde se fragua la Paz y cuál las actitudes y el camino veraz que conducen a ella?
Nada se puede proyectar hacia afuera y hacerlo fecundo, si no hay en lo más íntimo de nuestro corazón, el deseo de Paz y Bien, para nosotros y para todo aquél que quiera, a su vez, recibirlo.
Sin embargo, la Paz es mucho más que una idea o deseo, en teoría, puede sonar muy bien a nuestros oídos y dejarla vacía de verdad y sentido. De ahi, la importancia de interiorizar las razones, por las cuales, yo me siento en paz, conmigo misma, con Dios y con los demás. Tres estados indispensable que han de estár en armonía unidos.
1° – La paz conmigo misma.
Si no hallamos la serenidad en nuestro interior, será difícil que nos sintamos bien y, así mismo, podamos mantener una sana y sincera actitud, que nos ayuden a enfrentar las adversidades, la causa de nuestros problemas y conflictos. Bueno será primero, para sentirnos en paz, arreglar nuestra “casa” desde dentro, ver qué sentimientos albergamos y cuál es la paz que buscamos.
No basta pues, decir: tengo mi conciencia en paz y nada hay en ella que pueda reprocharme, incluso interpelarme. Puede ser verdad, el principio para hallar sentido a nuestra paz, más no la actitud definitiva, de quienes se instalan en su “mecedora”, al margen de todo compromiso.
En efecto, la Paz nunca ignora la realidad ni huye en busca de su propio “paraíso”.
2° – La Paz con Dios.
Nos la ofrece Jesús. Es la Paz del Perdón y el Amor, la que nos conduce a la honesta y sincera Reconciliación; no es la paz que “despacha” al otro, para salir de una situación y posteriormente, ignorarle con indiferencia, ni la paz ofrecida a través de un rito protocolario, tantas veces vacío de verdad y sentido, tampoco la paz interesada, la que se pacta a expensas del “conveniente”.
La Paz que nos regala Jesús, es su Amor Misericordioso, capaz de perdonar nuestros pecados; es la Paz que sana las heridas de nuestra fragilidad, pudiendo transformar y cambiar la vida.
Paz que ofrece la oportunidad, de no esconder y silenciar, no “mirar para otro lado”, la huella y sufrimiento que ha podido, sin duda, deja nuestro pecado.
Son las manos de Cristo, llenas de Amor, Perdón, las que abren nuestro corazón y llenan de Luz nuestra mirada: “SEÑOR MIO Y DIOS MÍO”.
3° – Paz con los otros.
Pocas experiencias pueden ser tan gratificantes, como vivir en armonía y paz con los otros-as. Sentir la sana Amistad que está ahí, acompañando nuestra vida, compartiendo alegrías, deseos y esperanzas. Amistad que ha de fraguarse y cultivarse cada día, que ha de estar presente en “las buenas y malas”, honesta y fiel, en toda circunstancia. Es el regalo mejor y más grande para vivir en Paz.
No todo resplandece igual, ni es motivo de encuentro y armonía entre las personas. La realidad nos habla, de que las actitudes de respeto y comprensión, de la búsqueda del entendimiento, el deseo y actitud de hacer el bien al otro, están multitud de veces, “amordazados”, silenciados por la conveniencia interesada, que hace de las relaciones entre los seres humanos, un verdadero y hostil “campo de batalla”.
Relaciones basadas en el afán competitivo, búsqueda de más poder, la rivalidad nacida de la insana envidia, el “quítate tú así me pongo yo”, tantas actitudes, que rompen la armonia y la paz, dejan fuera al otro, impidiendo la buena y fraterna convivencia.
La Paz que nos da Jesús, no se consigue rechazando al otro ni ganando “puestos” y miserables contiendas.
Es la Paz del Amor entregado y servicial, donde “lo mío” pasa a convertirse en NUESTRO. Hoy, vemos a Jesús Resucitado, con las manos tendidas, dándonos su Amor y Paz. Es el camino de la Reconciliación verdadera, la que debe curar todas nuestras heridas, hacernos exclamar el himno de PAZ.
24 abril, 2019 at 6:52 pm
Me detengo a meditar en este Domingo 2° de Pascua, en esas manos tendidas que reflejan las heridas de Jesús. Son manos abiertas, sin engaño oculto que puedan estár vacías de Amor.
¡Paz a vosotros!
¿Dónde se fragua la Paz y cuál las actitudes y el camino veraz que conducen a ella?
Nada se puede proyectar hacia afuera y hacerlo fecundo, si no hay en lo más íntimo de nuestro corazón, el deseo de Paz y Bien, para nosotros y para todo aquél que quiera, a su vez, recibirlo.
Sin embargo, la Paz es mucho más que una idea o deseo, en teoría, puede sonar muy bien a nuestros oídos y dejarla vacía de verdad y sentido. De ahi, la importancia de interiorizar las razones, por las cuales, yo me siento en paz, conmigo misma, con Dios y con los demás. Tres estados indispensable que han de estár en armonía unidos.
1° – La paz conmigo misma.
Si no hallamos la serenidad en nuestro interior, será difícil que nos sintamos bien y, así mismo, podamos mantener una sana y sincera actitud, que nos ayuden a enfrentar las adversidades, la causa de nuestros problemas y conflictos. Bueno será primero, para sentirnos en paz, arreglar nuestra “casa” desde dentro, ver qué sentimientos albergamos y cuál es la paz que buscamos.
No basta pues, decir: tengo mi conciencia en paz y nada hay en ella que pueda reprocharme, incluso interpelarme. Puede ser verdad, el principio para hallar sentido a nuestra paz, más no la actitud definitiva, de quienes se instalan en su “mecedora”, al margen de todo compromiso.
En efecto, la Paz nunca ignora la realidad ni huye en busca de su propio “paraíso”.
2° – La Paz con Dios.
Nos la ofrece Jesús. Es la Paz del Perdón y el Amor, la que nos conduce a la honesta y sincera Reconciliación; no es la paz que “despacha” al otro, para salir de una situación y posteriormente, ignorarle con indiferencia, ni la paz ofrecida a través de un rito protocolario, tantas veces vacío de verdad y sentido, tampoco la paz interesada, la que se pacta a expensas del “conveniente”.
La Paz que nos regala Jesús, es su Amor Misericordioso, capaz de perdonar nuestros pecados; es la Paz que sana las heridas de nuestra fragilidad, pudiendo transformar y cambiar la vida.
Paz que ofrece la oportunidad, de no esconder y silenciar, no “mirar para otro lado”, la huella y sufrimiento que ha podido, sin duda, deja nuestro pecado.
Son las manos de Cristo, llenas de Amor, Perdón, las que abren nuestro corazón y llenan de Luz nuestra mirada: “SEÑOR MIO Y DIOS MÍO”.
3° – Paz con los otros.
Pocas experiencias pueden ser tan gratificantes, como vivir en armonía y paz con los otros-as. Sentir la sana Amistad que está ahí, acompañando nuestra vida, compartiendo alegrías, deseos y esperanzas. Amistad que ha de fraguarse y cultivarse cada día, que ha de estar presente en “las buenas y malas”, honesta y fiel, en toda circunstancia. Es el regalo mejor y más grande para vivir en Paz.
No todo resplandece igual, ni es motivo de encuentro y armonía entre las personas. La realidad nos habla, de que las actitudes de respeto y comprensión, de la búsqueda del entendimiento, el deseo y actitud de hacer el bien al otro, están multitud de veces, “amordazados”, silenciados por la conveniencia interesada, que hace de las relaciones entre los seres humanos, un verdadero y hostil “campo de batalla”.
Relaciones basadas en el afán competitivo, búsqueda de más poder, la rivalidad nacida de la insana envidia, el “quítate tú así me pongo yo”, tantas actitudes, que rompen la armonia y la paz, dejan fuera al otro, impidiendo la buena y fraterna convivencia.
La Paz que nos da Jesús, no se consigue rechazando al otro ni ganando “puestos” y miserables contiendas.
Es la Paz del Amor entregado y servicial, donde “lo mío” pasa a convertirse en NUESTRO. Hoy, vemos a Jesús Resucitado, con las manos tendidas, dándonos su Amor y Paz. Es el camino de la Reconciliación verdadera, la que debe curar todas nuestras heridas, hacernos exclamar el himno de PAZ.
¡Manos a la obra, amigos-as!.
Miren Josune.
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