Obra de la Compañía de Jesús en España para propiciar el diálogo Fe-Cultura-Justicia.
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Jesús, nos transmite hoy, el deseo de darnos su Paz en nuestra vida, en medio de las dificultades como, tal vez, atravesamos. La Paz de quien no conoce pactos interesados, ni estrategias de conveniencia.
Es la Paz de quien se siente libre, seguro de que su vida está, en las manos amorosas del Padre.
Es la Paz del deber cumplido, en la obediencia a la voluntad del Padre; de haber sembrado el Camino, de gestos y obras de Amor, la Paz de haber luchado, por un orden justo para su Pueblo, de defender la vida y dignidad de toda persona, Paz del perdón sin “factura al cobro” animosidad y resentimiento. Es esta la Paz que Jesús ofrece e invita a hacerla real y verdadera en nuestra vida.
El tiempo de su partida se presenta inminente, desea alentar y consolar a sus amigos y discípulos, les insta y anima a estar alegres, llenarse de Esperanza confiada en su Palabra.
Aceptamos mal, con tristeza, sufrimiento y pesar, la perdida de nuestros seres queridos; saber no estarán más, ni nos acompañará su presencia en la vida; es algo que todos conocemos, aunque sigamos sintiéndoles en el Espíritu, cercanos a nuestro vivir.
Percepción íntima del amor, en esa Comunión que da sentido y abre el horizonte de Esperanza. Cierto es que, en Jesús, hay motivos creíbles para el gozo y la alegría de la Pascua, llegar a comprender, el anhelo de Vida y Amor, que un día alcanzaremos.
Los “tiempos” de Dios, difieren de los nuestros y, sin embargo, no por ello dejan de cumplirse. Sabemos que, el tiempo de nuestra vida, se va poco a poco, sin darnos apenas cuenta, ni percibir lo inexorable de su definitiva ausencia.
Jesús no vive la excepción, de ahí que, consuele a los suyos, les diga: “conviene que yo me vaya”, que no se turbe vuestro corazón”.
Oír no es lo mismo que escuchar la Palabra. Bien lo sabemos, quienes nos hemos dejado habitar por ella y forma ya prioridad, el sentir y obrar de nuestra vida. De ahí también, mi llamada a que otros la perciban, no como timbal a los “cuatro vientos” y el eco que perdura un instante, sino como “aliento” del Espíritu: Penetra muy adentro, nos llena de su fuerza y hace renacer de nuevo. Sí, en cada escena, decir con S. Ignazio: “como si presente me hallase y para mejor amar y servir”.
Bueno sería recuperar, la capacidad de atención y escucha, receptivos a cuanto los otros quieran comunicar y expresar. Olvidadizos, ignoramos con facilidad, el sentimiento, idea y mensaje, que el otro nos ha querido transmitir. En el mejor de los casos, acogemos sus palabras, desde una mirada interesada, sin importarnos su realidad más honda.
Sin embargo, es en lo íntimo y escondido de su “Santuario”, el Espacio Sagrado del hombre y mujer, donde hemos de acoger y escuchar, el deseo de Dios para el otro.
Hoy Jesús, nos insta a acoger sus Palabras, interiorizarlas, guardarlas en el corazón, nos asegura:
–El que me ama guarda mi palabra, y mi Padre lo amará, vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mi Palabra.
La palabra que estáis oyendo, no es mía, sino del Padre que me envió.
Las experiencias vividas con Jesús, no serán sino recuerdo y presencia permanente, aliento del Espíritu en sus vidas. Así seguirán viviendo, en la certeza de haber compartido, la realidad íntima y gozosa de Jesús Resucitado, la nueva Vida en su Amor.
Jesús, nos transmite hoy, el deseo de darnos su Paz en nuestra vida, en medio de las dificultades como, tal vez, atravesamos. La Paz de quien no conoce pactos interesados, ni estrategias de conveniencia.
Es la Paz de quien se siente libre, seguro de que su vida está, en las manos amorosas del Padre.
Es la Paz del deber cumplido, en la obediencia a la voluntad del Padre; de haber sembrado el Camino, de gestos y obras de Amor, la Paz de haber luchado, por un orden justo para su Pueblo, de defender la vida y dignidad de toda persona, Paz del perdón sin “factura al cobro” animosidad y resentimiento. Es esta la Paz que Jesús ofrece e invita a hacerla real y verdadera en nuestra vida.
El tiempo de su partida se presenta inminente, desea alentar y consolar a sus amigos y discípulos, les insta y anima a estar alegres, llenar el corazón, de la Esperanza confiada en su Palabra.
Aceptamos mal, con tristeza, sufrimiento y pesar, la perdida de nuestros seres queridos; saber no estarán más, ni nos acompañará su presencia en la vida; es algo que todos conocemos, aunque sigamos sintiéndoles en el Espíritu, cercanos a nuestro vivir.
Percepción íntima del amor, en esa Comunión que da sentido y abre el horizonte de Esperanza. Cierto es que, en Jesús, hay motivos creíbles para el gozo y la alegría de la Pascua, llegar a comprender, el anhelo de Vida y Amor, que un día alcanzaremos.
Los “tiempos” de Dios, difieren de los nuestros y, sin embargo, no por ello dejan de cumplirse. Sabemos que, el tiempo de nuestra vida, se va poco a poco, sin darnos apenas cuenta, ni percibir lo inexorable de su definitiva ausencia.
Jesús no vive la excepción, de ahí que, consuele a los suyos, les diga: “conviene que yo me vaya”, que no se turbe vuestro corazón”.
Oír no es lo mismo que escuchar la Palabra. Bien lo sabemos, quienes nos hemos dejado habitar por ella y forma ya prioridad, el sentir y obrar de nuestra vida. De ahí también, mi llamada a que otros la perciban, no como timbal a los “cuatro vientos” y el eco que perdura un instante, sino como “aliento” del Espíritu: Penetra muy adentro, nos llena de su fuerza y hace renacer de nuevo. Sí, en cada escena, decir con S. Ignazio: “como si presente me hallase y para mejor amar y servir”.
Bueno sería recuperar, la capacidad de atención y escucha, receptivos a cuanto los otros quieran comunicar y expresar. Olvidadizos, ignoramos con facilidad, el sentimiento, idea y mensaje, que el otro nos ha querido transmitir. En el mejor de los casos, acogemos sus palabras, desde una mirada interesada, sin importarnos sus realidades más hondas.
Sin embargo, es en lo íntimo y escondido de su “Santuario”, el Espacio Sagrado del hombre y mujer, donde hemos de acoger y escuchar, el deseo de Dios para el otro.
Hoy Jesús, nos insta a acoger sus Palabras, interiorizarlas, guardarlas en el corazón, nos asegura:
–El que me ama guarda mi palabra, y mi Padre lo amará, vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mi Palabra.
La palabra que estáis oyendo, no es mía, sino del Padre que me envió.
Las experiencias vividas con Jesús, no serán sino recuerdo y presencia permanente, “aliento” del Espíritu en sus vidas. Así seguirán viviendo, en la certeza de haberle escuchado, tocado y visto, compartiendo la realidad íntima y gozosa de Jesucristo Resucitado, la nueva Vida en su Amor.
22 mayo, 2019 at 9:11 am
ACOGER LA PALABRA
Jesús, nos transmite hoy, el deseo de darnos su Paz en nuestra vida, en medio de las dificultades como, tal vez, atravesamos. La Paz de quien no conoce pactos interesados, ni estrategias de conveniencia.
Es la Paz de quien se siente libre, seguro de que su vida está, en las manos amorosas del Padre.
Es la Paz del deber cumplido, en la obediencia a la voluntad del Padre; de haber sembrado el Camino, de gestos y obras de Amor, la Paz de haber luchado, por un orden justo para su Pueblo, de defender la vida y dignidad de toda persona, Paz del perdón sin “factura al cobro” animosidad y resentimiento. Es esta la Paz que Jesús ofrece e invita a hacerla real y verdadera en nuestra vida.
El tiempo de su partida se presenta inminente, desea alentar y consolar a sus amigos y discípulos, les insta y anima a estar alegres, llenarse de Esperanza confiada en su Palabra.
Aceptamos mal, con tristeza, sufrimiento y pesar, la perdida de nuestros seres queridos; saber no estarán más, ni nos acompañará su presencia en la vida; es algo que todos conocemos, aunque sigamos sintiéndoles en el Espíritu, cercanos a nuestro vivir.
Percepción íntima del amor, en esa Comunión que da sentido y abre el horizonte de Esperanza. Cierto es que, en Jesús, hay motivos creíbles para el gozo y la alegría de la Pascua, llegar a comprender, el anhelo de Vida y Amor, que un día alcanzaremos.
Los “tiempos” de Dios, difieren de los nuestros y, sin embargo, no por ello dejan de cumplirse. Sabemos que, el tiempo de nuestra vida, se va poco a poco, sin darnos apenas cuenta, ni percibir lo inexorable de su definitiva ausencia.
Jesús no vive la excepción, de ahí que, consuele a los suyos, les diga: “conviene que yo me vaya”, que no se turbe vuestro corazón”.
Oír no es lo mismo que escuchar la Palabra. Bien lo sabemos, quienes nos hemos dejado habitar por ella y forma ya prioridad, el sentir y obrar de nuestra vida. De ahí también, mi llamada a que otros la perciban, no como timbal a los “cuatro vientos” y el eco que perdura un instante, sino como “aliento” del Espíritu: Penetra muy adentro, nos llena de su fuerza y hace renacer de nuevo. Sí, en cada escena, decir con S. Ignazio: “como si presente me hallase y para mejor amar y servir”.
Bueno sería recuperar, la capacidad de atención y escucha, receptivos a cuanto los otros quieran comunicar y expresar. Olvidadizos, ignoramos con facilidad, el sentimiento, idea y mensaje, que el otro nos ha querido transmitir. En el mejor de los casos, acogemos sus palabras, desde una mirada interesada, sin importarnos su realidad más honda.
Sin embargo, es en lo íntimo y escondido de su “Santuario”, el Espacio Sagrado del hombre y mujer, donde hemos de acoger y escuchar, el deseo de Dios para el otro.
Hoy Jesús, nos insta a acoger sus Palabras, interiorizarlas, guardarlas en el corazón, nos asegura:
–El que me ama guarda mi palabra, y mi Padre lo amará, vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mi Palabra.
La palabra que estáis oyendo, no es mía, sino del Padre que me envió.
Las experiencias vividas con Jesús, no serán sino recuerdo y presencia permanente, aliento del Espíritu en sus vidas. Así seguirán viviendo, en la certeza de haber compartido, la realidad íntima y gozosa de Jesús Resucitado, la nueva Vida en su Amor.
Miren Josune.
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22 mayo, 2019 at 9:38 am
ACOGER LA PALABRA
Jesús, nos transmite hoy, el deseo de darnos su Paz en nuestra vida, en medio de las dificultades como, tal vez, atravesamos. La Paz de quien no conoce pactos interesados, ni estrategias de conveniencia.
Es la Paz de quien se siente libre, seguro de que su vida está, en las manos amorosas del Padre.
Es la Paz del deber cumplido, en la obediencia a la voluntad del Padre; de haber sembrado el Camino, de gestos y obras de Amor, la Paz de haber luchado, por un orden justo para su Pueblo, de defender la vida y dignidad de toda persona, Paz del perdón sin “factura al cobro” animosidad y resentimiento. Es esta la Paz que Jesús ofrece e invita a hacerla real y verdadera en nuestra vida.
El tiempo de su partida se presenta inminente, desea alentar y consolar a sus amigos y discípulos, les insta y anima a estar alegres, llenar el corazón, de la Esperanza confiada en su Palabra.
Aceptamos mal, con tristeza, sufrimiento y pesar, la perdida de nuestros seres queridos; saber no estarán más, ni nos acompañará su presencia en la vida; es algo que todos conocemos, aunque sigamos sintiéndoles en el Espíritu, cercanos a nuestro vivir.
Percepción íntima del amor, en esa Comunión que da sentido y abre el horizonte de Esperanza. Cierto es que, en Jesús, hay motivos creíbles para el gozo y la alegría de la Pascua, llegar a comprender, el anhelo de Vida y Amor, que un día alcanzaremos.
Los “tiempos” de Dios, difieren de los nuestros y, sin embargo, no por ello dejan de cumplirse. Sabemos que, el tiempo de nuestra vida, se va poco a poco, sin darnos apenas cuenta, ni percibir lo inexorable de su definitiva ausencia.
Jesús no vive la excepción, de ahí que, consuele a los suyos, les diga: “conviene que yo me vaya”, que no se turbe vuestro corazón”.
Oír no es lo mismo que escuchar la Palabra. Bien lo sabemos, quienes nos hemos dejado habitar por ella y forma ya prioridad, el sentir y obrar de nuestra vida. De ahí también, mi llamada a que otros la perciban, no como timbal a los “cuatro vientos” y el eco que perdura un instante, sino como “aliento” del Espíritu: Penetra muy adentro, nos llena de su fuerza y hace renacer de nuevo. Sí, en cada escena, decir con S. Ignazio: “como si presente me hallase y para mejor amar y servir”.
Bueno sería recuperar, la capacidad de atención y escucha, receptivos a cuanto los otros quieran comunicar y expresar. Olvidadizos, ignoramos con facilidad, el sentimiento, idea y mensaje, que el otro nos ha querido transmitir. En el mejor de los casos, acogemos sus palabras, desde una mirada interesada, sin importarnos sus realidades más hondas.
Sin embargo, es en lo íntimo y escondido de su “Santuario”, el Espacio Sagrado del hombre y mujer, donde hemos de acoger y escuchar, el deseo de Dios para el otro.
Hoy Jesús, nos insta a acoger sus Palabras, interiorizarlas, guardarlas en el corazón, nos asegura:
–El que me ama guarda mi palabra, y mi Padre lo amará, vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mi Palabra.
La palabra que estáis oyendo, no es mía, sino del Padre que me envió.
Las experiencias vividas con Jesús, no serán sino recuerdo y presencia permanente, “aliento” del Espíritu en sus vidas. Así seguirán viviendo, en la certeza de haberle escuchado, tocado y visto, compartiendo la realidad íntima y gozosa de Jesucristo Resucitado, la nueva Vida en su Amor.
¡PAZ Y BIEN!
Miren Josune.
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