Obra de la Compañía de Jesús en España para propiciar el diálogo Fe-Cultura-Justicia.
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Es la despedida de Jesús, su último gesto de Amor hacia sus discípulos-amigos. Les bendice, pide que aguarden la Promesa del Padre, el Espíritu que en adelante, les guiará con su Luz, les dará sentido, la fuerza para llevar adelante, el proyecto y la Misión que Jesús les ha dado, su Mandamiento de Amor.
Hombres y mujeres que tuvieron la gratificante y gozosa experiencia, de sentir al Señor cercano, después de los días amargos de su Pasión, de ver a Jesús Vivo y Resucitado. Es la despedida llena de emoción y profunda Esperanza, pues saben bien que, Jesús, no les defraudará, que la Promesa del Padre se cumplirá y recibirán el consuelo del Espíritu de Amor.
Los cristianos-as, no creemos en esos “efectos especiales”, que nos puedan hacer creer en utopías, caer en ensoñaciones e ilusiones, imposibles de hacer realidad. Bien conocemos los límites de nuestras fragilidades, de ese “barro” tan quebradizo y vulnerable que envuelve la vida.
La presencia de Jesús, su Cuerpo Resucitado, ya no está con quienes tuvieron la alegría gozosa, de poder compartir con él, su Resurrección, la nueva Vida en su Amor. Sólo hay la certeza creíble, de los hombres y mujeres que pudieron VER, TOCAR a Jesús, ESCUCHAR sus Palabras. En el umbral de esa experiencia del Amor, la que nos muestra el “rostro” de Dios en Jesús, creemos que su partida no es definitiva, sino que permanece oculta, en ese Misterio que queda escondido, en los límites de nuestra razón.
La escena les deja perplejos, el corazón sobrecogido, extasiado ante Jesús. Se oculta ante la mirada de los suyos, dejando en su corazón, esa turbación rayando la íntima tristeza ante la ausencia, con la Esperanza en su Promesa.
Qué difícil aceptar ese interior “desgarro” del Amor, darnos cuenta de esas limitaciones, que nos tienen “asidos”, sin la plenitud de libertad, la que un día el Espíritu de Jesús, nos ayudará a emprender el Camino del Amor a la Casa del Padre.
En medio de la desolación, de ese no saber encontrar sentido, escuchamos otras voces, que nos “despiertan” a la realidad y abren nuestro corazón a la Esperanza: “Galileos-as, ¿qué hacéis ahí, plantados, mirando
al Cielo? Hay tanto por hacer. Puede que nos parezca “velado” reproche, ante los sufrimientos de esta vida, el abandono y la soledad, en la que tantos están sumidos; esa realidad adversa que parece imponerse, hemos de lograr superarla con lúcida conciencia.
No están los tiempos para demasiados lamentos estériles, ni debemos cruzarnos de brazos, impotentes ante las tristes evidencias. Es tiempo de trabajar y aunar voluntades, ir “remando fuerte”, apoyados-as en el Amor de Jesús.
Mirar la transcendencia de la vida, no significa ignorarla, desasirse de sus realidades. Esta vida que tiene un por qué y para qué, al que Jesús ha ido dándonos respuesta, entrando su humanidad en Comunión de Amor con la voluntad del Padre.
¿Plantados, ensimismados, ociosos, dispersos? ¡NO! Así no llegaremos a la Casa del Padre, a experimentar la Alegría de su Amor en plenitud.
Confiar y creer en Jesús, él nos acompaña, su Palabra nos dice: “permaneced en mi AMOR”. El Evangelio no está caducado, es la Palabra de Vida y Esperanza, nos la recuerda Jesús: “estaré todos los días con vosotros, hasta el final de los tiempos”.
A veces la incredulidad de los más escépticos y agnósticos, esgrimen que nadie ha vuelto del más allá, ni asegurarnos que existe de verdad otra vida, que se trata sólo de una falaz y piadosa ilusión. ¡No es verdad! El Amor de Jesús regresa del más allá cada día, nos hace partícipes y permanece en nosotros su NUEVA VIDA, en la íntima Comunión con su Amor: LA EUCARISTÍA.
Prepararnos para acoger la fuerza del Espíritu en nuestro existir, cambia la perspectiva entre el más allá y el ahora de nuestro vivirp. Se establece así, la dinámica del aliento de vida: inspirar, dejar que penetre muy dentro, para luego expirar. Esto es, ensanchar el corazón, dejar que el Amor habite en nuestro Ser; abrirnos a quien le falta el “soplo” del Espíritu, ayudándole a vivir, a respirar el aire nuevo, que puede devolverle el Amor y Esperanza en Jesús Resucitado
No se va, se queda en nuestro ¡SILENCIO! del yo, siempre que nos dejamos habitar del AMOR.
29 mayo, 2019 at 3:55 pm
¿QUÉ HACEMOS PLANTADOS?
Es la despedida de Jesús, su último gesto de Amor hacia sus discípulos-amigos. Les bendice, pide que aguarden la Promesa del Padre, el Espíritu que en adelante, les guiará con su Luz, les dará sentido, la fuerza para llevar adelante, el proyecto y la Misión que Jesús les ha dado, su Mandamiento de Amor.
Hombres y mujeres que tuvieron la gratificante y gozosa experiencia, de sentir al Señor cercano, después de los días amargos de su Pasión, de ver a Jesús Vivo y Resucitado. Es la despedida llena de emoción y profunda Esperanza, pues saben bien que, Jesús, no les defraudará, que la Promesa del Padre se cumplirá y recibirán el consuelo del Espíritu de Amor.
Los cristianos-as, no creemos en esos “efectos especiales”, que nos puedan hacer creer en utopías, caer en ensoñaciones e ilusiones, imposibles de hacer realidad. Bien conocemos los límites de nuestras fragilidades, de ese “barro” tan quebradizo y vulnerable que envuelve la vida.
La presencia de Jesús, su Cuerpo Resucitado, ya no está con quienes tuvieron la alegría gozosa, de poder compartir con él, su Resurrección, la nueva Vida en su Amor. Sólo hay la certeza creíble, de los hombres y mujeres que pudieron VER, TOCAR a Jesús, ESCUCHAR sus Palabras. En el umbral de esa experiencia del Amor, la que nos muestra el “rostro” de Dios en Jesús, creemos que su partida no es definitiva, sino que permanece oculta, en ese Misterio que queda escondido, en los límites de nuestra razón.
La escena les deja perplejos, el corazón sobrecogido, extasiado ante Jesús. Se oculta ante la mirada de los suyos, dejando en su corazón, esa turbación rayando la íntima tristeza ante la ausencia, con la Esperanza en su Promesa.
Qué difícil aceptar ese interior “desgarro” del Amor, darnos cuenta de esas limitaciones, que nos tienen “asidos”, sin la plenitud de libertad, la que un día el Espíritu de Jesús, nos ayudará a emprender el Camino del Amor a la Casa del Padre.
En medio de la desolación, de ese no saber encontrar sentido, escuchamos otras voces, que nos “despiertan” a la realidad y abren nuestro corazón a la Esperanza: “Galileos-as, ¿qué hacéis ahí, plantados, mirando
al Cielo? Hay tanto por hacer. Puede que nos parezca “velado” reproche, ante los sufrimientos de esta vida, el abandono y la soledad, en la que tantos están sumidos; esa realidad adversa que parece imponerse, hemos de lograr superarla con lúcida conciencia.
No están los tiempos para demasiados lamentos estériles, ni debemos cruzarnos de brazos, impotentes ante las tristes evidencias. Es tiempo de trabajar y aunar voluntades, ir “remando fuerte”, apoyados-as en el Amor de Jesús.
Mirar la transcendencia de la vida, no significa ignorarla, desasirse de sus realidades. Esta vida que tiene un por qué y para qué, al que Jesús ha ido dándonos respuesta, entrando su humanidad en Comunión de Amor con la voluntad del Padre.
¿Plantados, ensimismados, ociosos, dispersos? ¡NO! Así no llegaremos a la Casa del Padre, a experimentar la Alegría de su Amor en plenitud.
Confiar y creer en Jesús, él nos acompaña, su Palabra nos dice: “permaneced en mi AMOR”. El Evangelio no está caducado, es la Palabra de Vida y Esperanza, nos la recuerda Jesús: “estaré todos los días con vosotros, hasta el final de los tiempos”.
A veces la incredulidad de los más escépticos y agnósticos, esgrimen que nadie ha vuelto del más allá, ni asegurarnos que existe de verdad otra vida, que se trata sólo de una falaz y piadosa ilusión. ¡No es verdad! El Amor de Jesús regresa del más allá cada día, nos hace partícipes y permanece en nosotros su NUEVA VIDA, en la íntima Comunión con su Amor: LA EUCARISTÍA.
Prepararnos para acoger la fuerza del Espíritu en nuestro existir, cambia la perspectiva entre el más allá y el ahora de nuestro vivirp. Se establece así, la dinámica del aliento de vida: inspirar, dejar que penetre muy dentro, para luego expirar. Esto es, ensanchar el corazón, dejar que el Amor habite en nuestro Ser; abrirnos a quien le falta el “soplo” del Espíritu, ayudándole a vivir, a respirar el aire nuevo, que puede devolverle el Amor y Esperanza en Jesús Resucitado
No se va, se queda en nuestro ¡SILENCIO! del yo, siempre que nos dejamos habitar del AMOR.
Miren Josune.
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